jueves, 2 de mayo de 2013

¿A qué se deben las serendipias literarias?


Las teorías de la coincidencia que tratan de explicar los motivos de éstas y otras casualidades llevan más de 2.000 años fascinando a científicos de todas las disciplinas.

Hipócrates creía que el Universo estaba unido por afinidades ocultas que provocaban casualidades al unir dos elementos en principio solitarios. Siglos después y siguiendo los pasos del filósofo Pico Della Mirandolla, Schopenhauer definió la coincidencia como la aparición simultánea de acontecimientos causalmente desconectados, explicando además que determinados hechos circulaban por líneas paralelas, aun cuando estuvieran en eslabones distintos, uniendo de este modo destinos que en principio deberían permanecer inconexos.

Por su parte, el doctor Paul Kammerer, que desde los veinte años llevaba un diario donde apuntaba hasta las coincidencias más nimias que detectaba, elaboró la teoría de los seriales, según la cual las casualidades se agrupaban por grupos de números muy similares a los que podemos encontrar en cualquier clase de estadísticas y, por tanto, susceptibles de ser predichas gracias a las cadenas de repetición que se podían extrapolar. Además, ese mismo científico aseguró que las casualidades no eran más que la punta del iceberg bajo el que se ocultaba un principio cósmico todavía no teorizado por los humanos.

Pero la gran teoría sobre las casualidades llegó cuando Wolfgang Pauli y Carl Gustav Jung crearon el término “sincronididad”, un principio de conexión no causal que cierto crítico calificó como: El equivalente paranormal de una explosión nuclear. Y que en verdad determinaba que todas las coincidencias de las que somos testigos no revelan más que las ‘huellas visibles’ de ciertos principios todavía desconocidos por las leyes de la física.

Por último, destacar las investigaciones llevadas a cabo en 1998 por el psicólogo croata Mihály Csikszentmihalyi, quien investigó la personalidad de 91 individuos destacados por su capacidad creativa, concluyendo que ‘entre los rasgos que definen a una persona creativa, son fundamentales dos tendencias opuestas: una gran curiosidad y apertura por un lado, y una perseverancia casi obsesiva por otro’. En otras palabras: no se puede ser serendípico sin estar dotado de una base cultural que ayude a interpretar aquellas intuiciones que asoman por nuestra imaginación.

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