Las teorías de la coincidencia que tratan de explicar los motivos
de éstas y otras casualidades llevan más de 2.000 años fascinando a científicos
de todas las disciplinas.
Hipócrates creía que el Universo estaba unido por afinidades
ocultas que provocaban casualidades al unir dos elementos en principio
solitarios. Siglos después y siguiendo los pasos del filósofo Pico Della
Mirandolla, Schopenhauer definió la coincidencia como la aparición simultánea
de acontecimientos causalmente desconectados, explicando además que
determinados hechos circulaban por líneas paralelas, aun cuando estuvieran en
eslabones distintos, uniendo de este modo destinos que en principio deberían
permanecer inconexos.
Por su parte, el doctor Paul Kammerer, que desde los veinte años
llevaba un diario donde apuntaba hasta las coincidencias más nimias que detectaba,
elaboró la teoría de los seriales, según la cual las casualidades se agrupaban
por grupos de números muy similares a los que podemos encontrar en cualquier
clase de estadísticas y, por tanto, susceptibles de ser predichas gracias a las
cadenas de repetición que se podían extrapolar. Además, ese mismo científico
aseguró que las casualidades no eran más que la punta del iceberg bajo el que
se ocultaba un principio cósmico todavía no teorizado por los humanos.
Pero la gran teoría sobre las casualidades llegó cuando Wolfgang
Pauli y Carl Gustav Jung crearon el término “sincronididad”, un principio de
conexión no causal que cierto crítico calificó como: El equivalente paranormal
de una explosión nuclear. Y que en verdad determinaba que todas las
coincidencias de las que somos testigos no revelan más que las ‘huellas
visibles’ de ciertos principios todavía desconocidos por las leyes de la
física.
Por último, destacar las
investigaciones llevadas a cabo en 1998 por el psicólogo croata Mihály
Csikszentmihalyi, quien investigó la personalidad de 91 individuos destacados
por su capacidad creativa, concluyendo que ‘entre los rasgos que definen a una
persona creativa, son fundamentales dos tendencias opuestas: una gran
curiosidad y apertura por un lado, y una perseverancia casi obsesiva por otro’.
En otras palabras: no se puede ser serendípico sin estar dotado de una base
cultural que ayude a interpretar aquellas intuiciones que asoman por nuestra
imaginación.
Interesante tema... ¿Conoces alguna otra teoría al respecto?
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