Y aún más misterioso resulta el asunto de Morgan Robertson, un
marinero venido a escritor que publicó Futility
en 1898. Al principio, esta novela pasó desapercibida a ojos del gran público,
pero alcanzó cierto renombre cuando, 14 años después, se hundió el Titanic. Y
es que Futility versaba sobre un
buque de enormes proporciones bautizado como Titán que, cómo no, se hundía al
chocar contra un iceberg en el Atlántico Norte.
Pero no quedan ahí las coincidencias: tanto el barco imaginado
como el real estaban propulsados por tres hélices, zarpaban del puerto de
Southhampton, se fueron a pique en el mes de abril, estaban capitaneados por un
hombre de apellido Smith, y fueron calificados de inhundibles por sus
creadores. El resto de datos imaginados por Robertson tampoco distaban tanto de
la realidad pero, de cualquier modo, investigaciones posteriores han demostrado
que Futility fue reimpresa en 1912,
siendo introducidos algunos cambios para aumentar el número de coincidencias,
cosa que ha puesto en tela de juicio algunas de las serendipias presentes en
las ediciones posteriores.
Morgan Robertson escribió posteriormente la novela Beyong the Spectrum (Más allá del espectro),
en la que describía una guerra del futuro en la que los aviones lanzaban lo que
el autor llamó “bombas soles”, las cuales explotaban creando una luminosidad
cegadora. Cuando el ex marinero publicó este libro, los aviones apenas podían
sostenerse en el aire y nadie los imaginaba como instrumentos bélicos. Del
mismo modo, las bombas atómicas ni siquiera eran dignas de la menor de las
especulaciones. Además, la guerra de la que Robertson hablaba en ese libro
comenzaba un mes de diciembre (como habría de ocurrir con la II Guerra Mundial)
con un ataque sorpresa de los japoneses sobre Pearl Harbour.
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